Mi cuerpo por fin se ha sublevado
y ha reaccionado terriblemente mal
ante la idea de querer cargarle a él
toda la rabia,
toda la tristeza
toda la apatía.
Por fin se ha pronunciado.
Era un puto sumiso. Callaba y hacía como que no le molestaba.
Odio la sumisión.
Detesto la cobardía.
A veces era sólo un montón de materia inútil.
Pero por fin ha hablado.
"Basta". Le he escuchado llorar y golpear mis paredes. Yo también he llorado con él.
Mi cuerpo me odia ahora. Me detesta. Quiere vomitar todo lo que yo antes escondí para no ver.
Tirarlo todo para siempre.
No tengo más remedio que buscar la manera de demostrarle mi amor.
(En esta casa vivimos los dos).
Contarle que ya sé que la cobarde era yo.
Regalarle canciones lentas,
manta,
lluvia.
Hacer que me crea cuando le digo que no habrá ni un sólo bocado más,
ni uno sólo,
a algo sin sabor y sin sentido.
Mi cuerpo se ha sublevado y, por fin,
ha declarado que sólo quiere primavera,
que sólo quiere aquel estallido hermoso de vuelta a sí.
Y yo le agradezco que haya sacado el valor por los dos,
y haya gritado fuerte y con rabia,
después de todo,
"esta vientre es mío,
y decido yo".
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