30.10.12

Como un animal al borde de la inanición busco algo que llevarme a la boca. Algún pedazo que morder fuerte mientras el líquido de lo que fuimos se resbala simuladamente entre mis dedos.

Lo llamábamos amor porque la palabra infecto restaba poética a nuestra gran obra.

Durante cada mes gélido hice caso omiso a las responsabilidades que tenía conmigo misma; alejaba el juicio sobre lo incorrecto, dejaba en el aire las preguntas sobre la traición, abandonaba el debate de cuándo era necesario abandonar la lírica para enfrentarse a lo real.
Tenía el ansia de recuperar lo estático y me llevé por delante cualquier indicio de error. Lanzada a la vida, despedacé  y mastiqué cada trozo de  historia que me miraba a los ojos.

Daba igual si veneno, daba igual si maldad.

Más tarde empecé a recordar que algunas ciudades siempre tienen algo que mentir; pero por entonces ya era muy tarde. Tenía los pies en una tierra que empezaba a hacer raíces con mis propias palabras.
Cuando tus propios zapatos se sienten un origen en suelo firme siempre es mejor continuar descalzo y tener derecho a volar.

Por eso me quité la ropa que olía a invierno y olía a islas y abandoné un barco que nunca me aceptó. Y por eso volví a la vida de los bailes lentos, y dormí poco en habitaciones de hotel con vicio en las mesillas, y bajé de nuevo las persianas para que no descubrieran que esa persona no era realmente yo. Volví a hacer teatro en las butacas y no en escena, y volví a arroparme con algo más que mantas extrañas.

Y por eso ya no sé qué era el retorno; porque la velocidad sólo tiene una dirección y casi nunca te avisa de cuándo cambia de sentido.

Y no sólo eso. También aprendí algunas cosas.

Que el infinito es sólo una cortina extraña que nos deja calados.

Que no basta con dejarse el cuerpo y desafiar lo imposible.

Que la mentira no es el único arma que aniquila la utopía.

Es, también, el silencio
una manera de pudrir la verdad.

2.10.12

Siempre me quedo esperando el portazo. Inmóvil y torpe; pensando en la imagen en la que el disparo suena y los pájaros salen volando del árbol.
Cuándo es huida y cuándo camino. Cuándo traición y cuándo libertad.
Aprieto mi cuerpo y recuerdo el último orgasmo. Deslizo incómodamente palabras desubicadas y leo los finales que escriben por mi. Las manos llenas de miedo hacen apuestas sobre cuál será la piedra que me golpee más fuerte. A las cabezas que conocen mis pesadillas ya no les queda ni una parte de mi amor que llevarse a la boca.
Todo lo que amamos se convierte tarde o temprano en condena o en humo.
En medio de la tormenta casi consigo sentir rabia por las canciones que cambiaron su inocuidad por intensidad tóxica. Sonrío tristemente pensando en las paradojas que até a mi cama, y recorro nuevamente los mismos fotogramas, bajo el mismo acento, lamiendo cada segundo sin poder sentir nada.

La mujer que recordáis ya no existe,
la habéis matado.

Antes era la bala,
y luego me convertí en árbol.

Ahora voy a volver a ser el primer pájaro
que se asusta
y vuela.

A lo mejor para siempre.