21.6.12

Sólo quedan cinco trozos de comida en la pared de enfrente. Me pareció ver cómo amenazaban con bajar un número. El que alojé en la cornisa está ya más que cocinado.
El piano se llena de polvo en dos días, los condones siguen en la basura y las sábanas están de camino entre el colchón y el suelo. Siempre me gustaron los fluidos. Nunca rechacé el sudor, el semen, la saliva.
Los fluidos secos, sin embargo, me provocan algo de pena.
A los pies de la cama queda la cerveza medio llena (medio vacía para dos borrachos enamorados), un par de bragas que me quitó pronto (o a tiempo), el ventilador que nos salvó la vida.


En la estantería hay dos libros nuevos, en la silla un ukelele sin nombre, en el espejo del baño su letra impactada.
Mi habitación siempre queda así. La casa cicatriza rápido, pero la habitación siempre se recrea en los últimos movimientos. Yo se lo permito. Siempre me pareció más dulce el regodeo que la esterilización de emociones vivas.
Los sonidos siempre resuenan varias veces permaneciendo en el tiempo.
Los olores siempre se agarran a la ropa y a las almohadas para reclamar lo que es suyo.
El amor siempre se alía con el sexo, lo descoloca todo, y luego se aleja sonriendo.


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