10.6.12

Cada vez que se asoma un verano siempre hay un momento en el que mi brazo pregunta por aquella mañana corta que me costó varias estaciones olvidar. Me recuerda cómo era el perfil que marcó los límites de mi mirada; me recuerda la sensación física de la luz descubriéndolo todo. Cómo era aquel ardor que explotaba y manejaba mi deseo.
Como a un niño pequeño convenzo a mi propio cuerpo de que aquello está lejos y nunca, jamás, estuvo cerca. 
Como un niño caprichoso, mi piel llora cinco minutos y luego continúa su ruta, dejándome a mi el trabajo sucio de tener que masticar un nombre que el resto del año coge polvo y permanece en el olvido.


Continuar está en el consciente y debajo están el resto de los verbos.

[Entre ellos cautivar].

No hay comentarios: