Me voy sin Córdoba y sin Troilo. Me voy sin mensajes de madrugada, sin las fotografías ciertas y sin el salitre del Carnaval. Me voy sin glaciares y sin mi sacón nuevo. Me voy sin Belvedere, sin el tacón rozando la madera, sin la viola sin cuerdas. Me voy sabiendo todo el tiempo que se ha arremolinado en esta casa y con el que no jugué a tiempo.
Me voy sin que nuestra historia renaciese en su origen, me voy aprendiendo a no invocarte más.
Y me voy con trenzas, con choclos, con bombillas y termos. Me voy con todo lo que significó atravesar la sierra con la vida entre los dientes. Me voy con el baile, con el Pacífico, con la chicha. Me voy sabiéndome en una selva que es mi vida, en una sierra que es mi historia, en la playa infinita que es mi casa.
Me marcho sin que haya fin de fiesta y sin haber entendido aún cuáles son los límites entre los mapas que un día soñamos y los que nos vistieron después.
Me voy porque siempre me voy y porque mi maleta me extraña, porque el camino camina y hay un lugar allá adelante en el que podré entender todo lo de aquí atrás.
Me voy con el con y sin el sin, con todo lo que me hizo dudar y todo lo que me desenredaron los nudos.
A mi la vida y a mi el viento.
A mi la nostalgia y a mi los escalofríos.
Lo que no fue ocupa su espacio,
y está mi maleta llena de planos de todo lo que ha sido y todo lo que será.
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