"Todo es horrible, o terriblemente bello". *
A veces nadie sabe qué decir, y a veces yo tampoco, y escupo frases aleatorias con rendijas que esconden todo el miedo que tengo. Me resguardan. Y hay algunas personas que escuchan y asienten, y yo me siento perversa de que sea tan fácil sentirme cómoda en medio de tanto cinismo. Asiento. Trago. Sonrío. Y por dentro hay pájaros chocando contra mis cristales.
A veces aprendo que histrionismo no es lo mismo que hipocresía, y a veces me emborracho y le digo a algunos extraños que la gente es tan rara y que la ciudad es tan hija de puta. Bebo un trago de una cerveza que no he pagado y sé que la energía deshecha y los pasos desordenados que doy se quedan flotando en un aire contaminado durante unos segundos. Tan solo unos segundos.
Nadie parece tener ganas de saber el nombre de nadie, pero a veces hay personas que se mueren por entrar en casas que no son suyas. La paradoja mueve al mundo. Nos gusta el sexo y el llanto; la manzana y la cebolla; los domingos y el puñal. Nuestro cuerpo se tuesta al sol pero por dentro estamos llenos de tempestades.
A veces la muerte parece una broma y la vida el contexto. Y me resulto espectadora de escenas que a veces me conmueven hasta hacerme llorar y parece que no me pertenecen aunque sean mías.
El drama siempre ha tenido algo de fascinante. Relamer mis labios una y otra vez, morderme la lengua, reírme hasta causar malestar al propio silencio.
Escapar siempre me ha parecido un verbo valiente, como también siempre he pensado que todos estamos huyendo y nadie se atreve a hablar de ello. Hormigas devorando un cuerpo inerte tan poco a poco que desaparece sin darnos cuenta. Gente sin edad ni ojos que corren hacia alguna o ninguna parte.
Contener el aire en la cabeza, el viento en el pelo y el tiempo en los dientes parece la única solución real e inteligente para tragar todo esto. Pasear lentamente, cercenar las calles enfermas de las ciudades, apagar a pedradas las farolas que quieren descubrir el secreto.
A veces la oscuridad es la única de manera de abandonar la cordura para no volverse loco.
Pero a veces también lo conseguimos y bailamos delante del fin de todo. Contenedores ardiendo, helicópteros sobrevolándonos y aún así podemos arroparnos con la manta como quien se abraza a sí mismo en medio de una tormenta de nieve.
Nos desnudamos. Follamos y lloramos. Acariciamos el suelo y nos quitamos los zapatos. A veces logramos encontrar la calma dentro de la calma que tratamos de mantener.
Y a veces, al menos, quedan dos manos que, combativas, abren fuego y la guerra, bajo el mismo nombre pero siendo otra cosa, se sostiene sobre uñas y caricias. Huellas dactilares como tatuajes y el ritmo de las horas en nuestra espalda.
A veces nuestros pensamientos son nuestras pesadillas, y a veces debería valer con saber que aunque la tormenta estalle ahí fuera, nuestra almohada está llena de estrellas.
"els que ballen i ballen fins que els músics parin / Los que bailan y bailan hasta que los músicos paren"
2 comentarios:
Cuantísima razón todo esto.
lo he leido tres veces para comprobarlo. no es esta tristeza fluvial de cerveza y cansancio y teachecé. el texto se basta. hace daño por sí solo. y bravo, supongo.
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