7.3.12


No nos sabíamos las reglas pero jugábamos cada día.
Nos reíamos en la cara de un mundo que parecía querer reírse de nosotros. Éramos más rápidos, más bellos, más locos.
Éramos inmortales.
Flotábamos sobre las ciudades como si fuéramos nubes. Etéreos.
Éramos salvajes, fuertes, sedientos.
Indestructibles.
Nos pasábamos el sexo de la boca al puño, y del puño al corazón. Teníamos un lenguaje preciso y sutil de manos y un excéntrico gusto para elegir las personas que no se salvarían. Teníamos hambre de kilómetros y los bolsillos repletos de aire.
Sabíamos de antemano que el mundo no era tan frío, ni tan cruel, ni tan listo. Partíamos con ventaja. Echábamos a correr y las esquinas se doblaban para vernos pasar.
Éramos dioses poniéndole trampas a todos los verbos que hablaban de compromisos, futuros y temores.
Éramos más rápidos y pisábamos más fuerte.
Y estábamos dispuestos a arriesgar la propia vida por seguir sintiéndonos tan vivos.


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