4.9.11

Guardabas los fantasmas en el cajón de la mesilla pero yo apenas los escuchaba. Sólo escuchaba el ritmo cadente, enfermizo, casi exhausto al que estábamos sometidos sin remedio.
Prendía la piel, nos rajábamos, me arañaban tus lunares, se nos dilataban las pupilas para poder mirarnos.
Escondimos el resto del mundo en el cajón y cerramos con llave.
Y luego escapamos por la ventana, de repente, sin avisar. De nuevo con ritmo, de nuevo enfermos, sin dudar qué paso venía después.
Y justo antes de saltar me soltaste de la mano, y yo volé, y tu pisaste de nuevo el asfalto.



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