Me arrepiento de haberme arrancado la piel, pero no de habérmela dejado. Habérmela dejado en los puentes, en las islas, en cada habitación sin nombre. En cada parque y en cada baile, en cada abrazo y en cada traición.
Todas las canciones hablan de destierro, o hablan de permanencia; todas hablan del sonido de las cosas al romperse o de cómo mantienen el vuelo; todas hablan de desamor o de hombres uniformados que aprietan el paso para hacer el amor a sus mujeres.
Me gusta así. Con toda esta noria. Con todo ese delirio.
Me arrepiento de haber escrito en mi frente la palabra culpa, pero no de haberme clavado dolores para después supurar quietud.
Yo os quise de arriba a abajo, y eso es algo que ya sabíais. Con la precisión de un impaciente que no espera, con la pasión de un enfermo. Y con los restos que quedaron me hice un amor a medida, y ahora me quiero de este a oeste, con determinación y alevosía.
Me asusta así. Con toda esa evidencia. Con toda esa rabia.
Me arrepiento de haber permanecido estática pero no de haberme detenido delante de las playas.
Traté de enmudecer para registrar cada sensación en mi; la mitad siempre se abandona y la otra pierde el color. Tus dedos en otros caminos siempre es algo que escama y algo que arde; mi mirada en otros mundos nunca mesura ni se malvende.
Me sucede así. Con estas tempestades ocupando mi garganta, con estas intenciones cargadas de paraísos, con este pulso que ni acata ni arrincona,
ni se doblega ni se permite,
ni camina recto, ni consiente parar a respirar.
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