Yo que celebro el sol, y le doy el todo al todo, y me marchito y me crezco y bailo sin ataduras y me ato sin música,
yo que crecí de la nada y festejé la pena como se festejan las buenas tristezas,
yo que he vivido y he besado lo que me han dejado
y lo que no,
yo que soy de barro y de huesos y de movimiento y peso,
yo que soy la no deseada, la que mira el techo y cierra los labios,
yo que he tenido todo y he apostado por las maletas y las pocas certezas,
yo.
Yo me despido con estas ganas y con este sabor amargo.
Yo digo adiós con esta voz pesada y estas vergüenzas ardiendo.
Yo cierro la herida que se abrió sin forzarla.
Yo
no he podido conquistar esta ciudad.
Yo
he sido colonizada por esta ciudad.
A mi me han construido estas murallas; miradlas. Y no las derribo,
no he podido.
Yo que celebro el sol he olvidado cómo celebrar la vida.
Y ahora me estoy yendo.
Adiós, ciudad maldita.
Adiós, olor a mantequilla y a seguridad de clase alta.
Adiós a todo lo que no me dejé conocer.
Aquí yacen las imágenes que inventé sobre lo que iba a ser mi cuerpo acariciando el Támesis.
Aquí yacen las fuerzas de dominar las luces de las ciudades que no tienen final.
Aquí me dejo a mi.
27.3.15
15.3.15
Vencer a la muerte a veces fue una sola corazonada.
Fue caminar por desiertos, cargar mis deseos por muy pesados que fuesen,
besar las bocas necesaria para juntar mi universo al vuestro.
Vencer a la muerte nunca ha sido un todo lo que hemos tenido o todo lo que nos han quitado.
Nunca ha sido tal sólo mi cuerpo respirando,
tan solo mis manos flotando en el agua,
tan solo mis ojos cerrando su consciencia.
Nunca fue tan solo estar viva.
Y entre estación y estación a veces siento cómo la muerte se me sienta en las piernas,
me mira
y me dices
si no flotas, estás fingiendo; y yo te observo.
Sacudo la cabeza.
Sacudo la cabeza e desencadeno un infinito ciclo de oportunidades de las que siempre huyo.
Y asumo que nunca conquistaré una ciudad como esta
y firmo la tregua;
me declaro mortal.
Vencer a la muerte nunca ha sido estar
analíticamente
prácticamente
objetivamente
viva.
Y vine aquí a sepultar mis ganas; sí. Sin saberlo vine aquí a dar guerra a mi verdad.
Y vine aquí a poner a prueba una fuerza que no estaba solo en mis manos.
Y no he vencido,
no estoy venciendo,
estoy tan sólo aguantando como puedo.
Y esto no es vida porque no puedo ver nada,
ni sentir nada.
Y esto no es vida porque no sé quién habita dentro de mi cabeza.
Y no he vencido, no.
Y no me consuelo; eso tampoco. Y deshago mis planes desde la cama,
con la más absoluta falta de entusiasmo,
esperando que algo pase, que vuele un avión que raje el cielo y que,
de repente,
yo este de nuevo con el viento entre los dientes, con la boca bien abierta,
así, como alguna vez hacía,
así de desafiante y de atenta. Como quien declara una guerra que sabe que puede ganar,
como quien sabe que no es estar vivo permanecer inerte en una sangre que corre,
en un corazón que bombea,
en unas piernas capaces de correr sin saber hacia donde.
Como quien está segura de que este pedazo de tiempo no significa nada
si no se tiembla.
Fue caminar por desiertos, cargar mis deseos por muy pesados que fuesen,
besar las bocas necesaria para juntar mi universo al vuestro.
Vencer a la muerte nunca ha sido un todo lo que hemos tenido o todo lo que nos han quitado.
Nunca ha sido tal sólo mi cuerpo respirando,
tan solo mis manos flotando en el agua,
tan solo mis ojos cerrando su consciencia.
Nunca fue tan solo estar viva.
Y entre estación y estación a veces siento cómo la muerte se me sienta en las piernas,
me mira
y me dices
si no flotas, estás fingiendo; y yo te observo.
Sacudo la cabeza.
Sacudo la cabeza e desencadeno un infinito ciclo de oportunidades de las que siempre huyo.
Y asumo que nunca conquistaré una ciudad como esta
y firmo la tregua;
me declaro mortal.
Vencer a la muerte nunca ha sido estar
analíticamente
prácticamente
objetivamente
viva.
Y vine aquí a sepultar mis ganas; sí. Sin saberlo vine aquí a dar guerra a mi verdad.
Y vine aquí a poner a prueba una fuerza que no estaba solo en mis manos.
Y no he vencido,
no estoy venciendo,
estoy tan sólo aguantando como puedo.
Y esto no es vida porque no puedo ver nada,
ni sentir nada.
Y esto no es vida porque no sé quién habita dentro de mi cabeza.
Y no he vencido, no.
Y no me consuelo; eso tampoco. Y deshago mis planes desde la cama,
con la más absoluta falta de entusiasmo,
esperando que algo pase, que vuele un avión que raje el cielo y que,
de repente,
yo este de nuevo con el viento entre los dientes, con la boca bien abierta,
así, como alguna vez hacía,
así de desafiante y de atenta. Como quien declara una guerra que sabe que puede ganar,
como quien sabe que no es estar vivo permanecer inerte en una sangre que corre,
en un corazón que bombea,
en unas piernas capaces de correr sin saber hacia donde.
Como quien está segura de que este pedazo de tiempo no significa nada
si no se tiembla.
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