Los bares no entienden de tristezas serenas, y esta calle inútil y peligrosa insiste en que se rompan todos los vasos, y jamás podrás salvarte de algo que no entiendes.
Ya sé que soy yo la que dibujo los mapas que rajo, la dueña de las piedras que rompen mis cristales, la que dibujó el mar en un papel que luego ardió. Pero no es mentira que las huidas empapen mis suelas, aún así; que el deseo moje mis dedos, que piense en ti con la boca abierta y me sepa a dulce. Y no hay páginas que pasar en libros que te negaste a escribir; y ya es tarde y ahora no recuerdas nada con exactitud. Sólo esa sensación que por mucho que corras no logras dejar atrás.
Es mi propia sensibilidad la que me está arrollando, y es el verano y no el amor el que se clava. Y no importa lo lejos que me vaya ni los días que permanezca a salvo; este lugar siempre me besa en la frente y me clava en la espalda lo que no supe terminar.
Es imposible salir de aquí porque no hay puertas, sólo aire. Y el río cruza el calor como tu nombre cruza mi día. Es imposible huir de un punto de partida.
La ciudad es una nube tóxica que se mete hasta la cocina y hace que hasta lo más dulce pierda el olor.